top of page
Sofi ⚡

Borges y La Estrella solitaria / Borges and The Lone Star

Updated: Dec 8, 2022

Por: Eliezer Márquez-Ramos

El prestigio de la obra de Jorge Luis Borges en la lengua de su abuela inglesa tomó su tiempo, pero llegó para la década del sesenta, cuando la ceguera aún no le había encontrado entre los anaqueles. El epicentro está en el 1961, cuando compartió un importante premio con el dramaturgo irlandés Samuel Beckett (Nobel 1969) y recibió la primera invitación desde Estados Unidos. ¿De dónde? De la Universidad de Texas en Austin por mediación de la Edward Larocque Tinker Foundation. Así es como llegó a la ciudad de Austin para impartir (como el mago de Las ruinas circulares) cursos de literatura argentina.

Viví en la ciudad de Austin desde el septiembre de 2019 hasta el diciembre del 2021. Ese primer día de miedo hubo un aguacero con sol que hizo arcoíris en la pista de aterrizaje. Llegué a un Airbnb de la calle Abingdon, luego me moví a un tercer piso de la Oltorf y terminé, un poco más abajo, en la Wickersham Lane. Allí me agarró la pandemia, hice dos cumpleaños, traduje poemas para mi deleite con el agobio del que no tiene otra salida, una vez di un alucinante paseo en motora con un amante, y solía perderme en bicicleta por las calles de los vecindarios alrededor de los manantiales azules de Barton Spring. Tal vez por sus brisas tropicales, su serena luz de mar sin mar, los chapuzones desnudos en las riveras, su masiva biblioteca latinoamericana, y por los amigos que hice, se me hizo un sitio entrañable del que me fui con la sensación de que se me había alojado adentro un amor tan grande como el mismo territorio donde me refugié dos años irrevocables de mi vida. Era raro, pero yo que nunca viví en el suroeste de Puerto Rico, me sentí en Austin que vivía en esa parte de la isla. Ahora cuando voy a Mayagüez o Guayama, las similitudes geográficas se revuelcan en mi memoria.

Borges, más de medio siglo antes, llegó a la misma ciudad, en septiembre: tal vez miró (no le había llegado aún El poema de los dones) los murciélagos desde el puente de la Congress Avenue, que salen cada tarde en una bandada innumerable. Sabía que Borgeshabía caminado Texas. Años antes de siquiera existir la posibilidad de terminar en la capital texana, había leído su soneto con el mismo nombre: “Aquí también… /el infinito campo en que muere solitario el grito”. Kodama contestó en una entrevista a Jaime Bayly que el lugar de Estados Unidos que más había impresionado al poeta de los laberintos había sido el estado de El Álamo. Nada raro para quien cinceló versos sobre la sombra militar de sus ancestros. Borges de inmediato percibió las semejanzas entre su sur y la estrella solitaria. La Avenida San Jacinto que bordea el capitolio, y que era la última vuelta del bus que tomaba a mi trabajo en mis primeros meses allí, siempre fue como una ventanita al mismo soneto de Borges. Así que de aquí lo agarraste, pensé la primera vez.



Ninguna duda cabe que Austin fue la sala de recibimiento del profesor de literatura inglesa de la Universidad de Buenos Aires. Cuando llegó con su madre, por su atuendo y pelo plateado, parecía un senador del congreso. La impresión de los testigos de este evento es que la madre de Borges podía ser equivocada por su esposa, viéndose él más avejentado y ella muchísimos más lozana y joven. Doña Leonor – que era la única persona que no lo trataba de maestro sino como “georgie” – , casi acompaña a su hijo a la tumba, pues vivió noventa y nueve años.

Fuera de algunos años en Inglaterra en su juventud, Borges nunca había puesto un pie en un país angloparlante hasta ese día. El inglés para Borges había sido un medio literario y algunos se sorprendieron de su vocabulario desfasado y su perfecta fluidez bilingüe. El estrellato de Borges sin duda comenzó en Austin, y los siguientes seis meses fueron de visitas a California y Nuevo Mexico, y charlas en universidades como Harvard, Yale, Columbia y hasta en la Biblioteca del Congreso en Washington D. C. En cada uno de ellos, Borges comentaba las conexiones que tenían con autores que él admiraba de la literatura estadounidense, citando pasajes de memoria como fue la visita a la casa que fuera del poeta Longfellow en Cambridge, MA.

Borges dijo acerca de la muerte de su madre que la muerte tiene un perfume singular cuando ronda cerca. El sabio ciego, tal vez presintiendo el asomo de ese perfume conmovedor, se preguntó en cuál de todas sus ciudades habría de morir. En la quinta estrofa, tal vez recordando los murciélagos y el caliente de septiembre que debió recibirlo, con su emblemática brevedad conjetural, dijo:

“¿En Austin, Texas, donde mi madre y yo en el otoño de 1961, descubrimos América? Otros lo sabrán y lo olvidarán.”

(Fuente principal: Borges, A life, Williamson, Edwin. Penguin Books, 2004, p. 347)


----------------------

Borges and The Lone Star

By: Eliezer Marquez-Ramos


The prestige of Jorge Luis Borges’ work in his English grandmother’s language took time, but it arrived in the sixties, when blindness had not yet found him on the shelves. The epicenter is in 1961, when he shared an important prize with the Irish playwright Samuel Beckett (Nobel 1969) and received the first invitation from the United States. From where? From the University of Texas at Austin through the Edward Larocque Tinker Foundation. This is how he came to the city of Austin to teach (like the magician in The Circular Ruins) courses on Argentine literature.



I lived in Austin from September 2019 to December 2021. That first scary day there was a sunny downpour that made rainbows on the runway. I arrived at an Airbnb on Abingdon Street, then moved to a third floor in Oltorf and ended up a little further down Wickersham Lane. There the pandemic caught me, I had two birthdays, I translated poems for my delight with the burden of there being no way out, I once took an amazing motorboat ride with a lover, and I used to get lost on a bicycle through the streets of the neighborhoods around Barton Springs. Perhaps because of its tropical breeze, its serene light from the landless sea, the naked dips in the riverbanks, its massive Latin American library, and because of the friends I made, it made it an endearing place that I left with the feeling of a love as big as the same territory where I took refuge for two irrevocable years of my life. It was strange but, although I’d never lived in the Puerto Rican southwest, in Austin I felt as if I had lived in that part of the island. Now when I go to Mayagüez or Guayama, the geographical similarities wallow in my memory.


Borges, more than half a century earlier, arrived in the same city in September: perhaps he saw (The Poem of the Gifts had not yet reached him) the bats from the Congress Avenue bridge, which come out every afternoon in an innumerable flock . I knew that Borges had walked Texas. Years before there was even the possibility of ending up in the Texas capital, I had read his sonnet with the same name: "Here too... / the infinite field in which the scream dies alone." Kodama answered in an interview with Jaime Bayly that the place in the United States that had most impressed the poet of the labyrinths had been the state of The Alamo. Nothing unusual for someone who carved verses on the military shadow of their ancestors. Borges immediately perceived the similarities between its south and the lone star. The San Jacinto Avenue that borders the Capitol, and which was the last stop of the bus that I took to work in my first months there, was always like a little window to the same Borges sonnet. So here’s where you got it from, I thought the first time.



There is no doubt that Austin was the reception room for the professor of English literature at the University of Buenos Aires. When he arrived with his mother, with his outfit and silver hair, he looked like a congress senator. The impression of the witnesses of this event is that Borges's mother could be mistaken for his wife; he looked older and she looked much younger and fresh. Doña Leonor, who was the only person who did not treat him as a maestro but as "Georgie,” almost accompanied her son to the grave —she lived ninety-nine years.


Outside of a few years in England in his youth, Borges had never set foot in an English-speaking country until that day. English for Borges had been a literary medium and some were surprised by his outdated vocabulary and his perfect bilingual fluency. Borges' stardom undoubtedly began in Austin, and in the next six months he visited California and New Mexico, and spoke at universities like Harvard, Yale, Columbia, and even the Library of Congress in Washington, D.C. In each of them, Borges commented on the connections with authors he admired in American literature, citing passages from memory such as the visit to the former home of the poet Longfellow in Cambridge, MA.


Borges said about the death of his mother that death has a singular perfume when it is close by. The wise blind, perhaps sensing the hint of that perfume, wondered in which of all his cities he would die. In the fifth stanza, perhaps remembering the bats and the hot September that must have greeted him, with his emblematic conjectural brevity, he said:


“In Austin, Texas, where my mother and I in the fall of 1961, discovered America? Others will know it and forget it.”

(Main source: Borges, A life, Williamson, Edwin. Penguin Books, 2004, p. 347)


Comments


bottom of page